miércoles, 4 de diciembre de 2013

Maratón de San Sebastián 2013

Feliz jueves a todos.
Hace ya 10 días que terminé con éxito mi tercer maratón. En este tiempo he podido disfrutar y reflexionar sobre lo conseguido, durante estos tres últimos meses de duro trabajo. Aunque parezca algo exagerado, un maratón, lo empiezas a disputar desde el mismo instante en el que decides que vas a correrlo. En mi caso, fue a finales de Agosto, cuando decidí que participaría en uno (por esas fechas todavía no había decidido cual), de los que tienen lugar en el mes de noviembre (Valencia o San Sebastián).
Durante este periodo, sometes a tu cuerpo y a tu mente a tales situaciones de estrés, que en determinados momentos de la preparación, piensas seriamente en abandonar. También te preguntas en infinidad de ocasiones, si tanto esfuerzo merece la pena, te dices a ti mismo que no eres un profesional, que no vives de ello, que nunca vas a ganar nada...pero las respuestas a todas estas cuestiones, las encuentras sin buscarlas, al mirar a los ojos de la gente que te rodea; en las miradas llenas de orgullo de tu familia, en las miradas de admiración y respeto de tus compañeros de entrenamiento y en las miradas cómplices de tus amigos, tras lograr completar los 42195 metros de los que consta esta mítica prueba. 

                                                                          La crónica

El sábado amaneció lluvioso y frío, según las previsiones, sería la tónica general del fin de semana. Después de un copioso desayuno, rico en hidratos, pensando ya en la carrera, me despedí cariñosamente de mis chicas. En esta ocasión no me acompañarían, ya que llevamos todo el mes de un lado para otro (Zaragoza, Behobia,  Salamanca) y la economía no está para tantas alegrías.

A las 9 pasé a recoger al otro miembro de la expedición, mi gran amigo e inseparable compañero de fatigas, Juan Luis Romo. Que a diferencia de otras veces, no sólo iba de mochilero (o utillero como le llama Silvia), también iba a correr los 10K de la maratón, junto a Alberto, amigo común de ambos y nuestro anfitrión durante el fin de semana. 

El viaje transcurrió sin ninguna incidencia. En apenas 3 horas estábamos en San Sebastián; aparcamos en los aledaños de Anoeta y nos dirigimos a la feria del corredor, situada a escasos metros del estadio, en el frontón Atano XIII. Allí nos esperaría Alberto, que hábilmente, había recogido los dorsales y las bolsas de los tres, por lo que el trámite nos duró, en lo que comprobamos que los chips funcionaban correctamente. La feria del corredor, al igual que la bolsa, de lo más triste que he visto en mi vida: apenas cuatro "stands", tres de ellos de productos culinarios y un cuarto, donde pretendían vender las camisetas conmemorativas de la carrera, de la marca "nisu", al módico precio de 10€, totalmente vergonzoso, al igual que el contenido de la bolsa: un litro de caldo, una botella de tercio de sidra, un gel y una barrita energética y todo esto después de pagar 53€ de inscripción. 

Este tema, el del atraco al corredor, lo tengo pendiente, en breve publicaré un post, analizando esta tendencia; de momento otra carrera a la que he puesto la cruz.

Sobre la 1 llegamos a Irun, subimos a casa de Alberto, saludamos a Mónica, su pareja, dejamos el equipaje y sin más dilación nos bajamos a tomar el vermuth, por los bares de la zona. Debido a la grata compañía y a la animada conversación, me permití la licencia de tomarme un par de cañas, que me supieron a gloria, después de varias semanas sin probar una sola gota de alcohol. 

A las tres subimos a comer. Mónica  preparó un delicioso plato de pasta, en honor al maratoniano: espaguetis con gulas y gambas. Como el año anterior, tras el café, jugamos una emocionante partida de cartas (a la pocha) y durante la misma, recordamos numerosas anécdotas y aventuras de antaño, fue un rato de lo más agradable y divertido. 

Por la tarde quedamos con una amiga de Mónica, Sonia, para tomar algo por el centro de Irun; aunque nos lo estábamos pasando muy bien, a eso de las 9:30, nos fuimos para casa, ya que yo tenía que cenar, ducharme y retirarme a descansar lo antes posible. En ese orden se sucedieron los acontecimientos y alrededor de las 11:30, estaba en la cama. 

Como suele ser habitual, la noche antes de una gran cita, me costó conciliar el sueño y cuando por fin lo conseguí, apareció un factor con el que no contaba: mi compañero de habitación, Romo,  tiene un ligero problema de respiración; si dejamos los eufemismos a un lado, yo diría que ronca como un búfalo, por lo que a media noche y totalmente desesperado por el insomnio, se me ocurrió trasladar mi lecho al sofá del salón. Ahora sí, con el silencio como compañero, en apenas unos segundos cai rendido. 

A las 6:00 sonó el despertador. Me costó unos minutos desperezarme, pero la adrenalina de la competición y un café bien cargado, me hicieron estar a pleno rendimiento tras el desayuno. Después de una satisfactoria visita al señor "Roca", comencé con el ritual de los preparativos: coloqué el dorsal en la camiseta, el chip en las zapatillas, me puse el hipafix en los pezones, la tirita de la nariz, me embadurné las zonas susceptibles de rozaduras de vaselina y me cercioré de llevar en la mochila los guantes y mi inseparable gorra, que con la climatología adversa son mis mejores aliados. Tras comprobar una segunda vez, que todo estaba en orden, emprendimos la marcha hacia San Sebastián, eran las 7:30.

Aparcamos el coche a unos 15 minutos andando de Anoeta, donde estaba situada la salida. A las 8 ya estábamos disfrutando del gran ambiente que rodea a las grandes carreras y como teníamos tiempo suficiente, tomamos un café para terminar de activar el cuerpo antes de calentar. 

Nos fuimos acercando a las consignas, una vez localizadas, buscamos un lugar resguardado para cambiarnos. En unos minutos estábamos listos para la foto; este momento fue muy emotivo, ya que llevamos unas camisetas, pintadas la noche anterior, dando ánimos a nuestro amigo Alberto Siguenza, que está convaleciente de un accidente sufrido recientemente; desde aquí quiero aprovechar, para mandarle todo mi apoyo.


   
                                                 Dando todo nuestro ánimo a Sigu.

A las 8:30 conseguimos dejar las mochilas en las consignas, no sin poco esfuerzo, ya que la organización estaba desbordada. Por delante 20 minutos para calentar, tiempo más que suficiente. Trotamos alrededor del estadio, donde no puedo evitar fijarme en el cartel del kilómetro 42, un escalofrío recorre mi cuerpo. A falta de cuarto de hora, vemos aparecer a Juanma,  un compañero de Venta de Baños, que va a correr su primer maratón. Lógicamente, su objetivo es distinto al mío, lo que no impide que completemos los últimos minutos del calentamiento juntos.

 
          
                                                          Últimos preparativos.
 
 A las 8:50 nos dirigimos a los cajones de salida. Juanma se situa en el de las 3h 30m, le doy un abrazo y le deseo suerte. Mi cajón, el de las 3h, está situado unos doscientos metros más alante, Romo y Alberto me acompañan hasta el último instante, me abrazan y me desean suerte (son los mejores). El cajón está abarrotado, pero me hago hueco sin mayor problema. En seguida me doy cuenta de que el primer kilómetro va a ser un caos, ya que los lumbreras de la organización, han echo coincidir la salida de la media, con la del maratón. 

Ya sólo restan cinco minutos y me percato de que no he puesto el gps, no sé si le dará tiempo a encontrar la señal de los satélites. 

Las 9:00, con puntualidad británica, suena el disparo que da comienzo a la prueba, a la vez que comienzan a oirse los primeros acordes de "highway to hell" de AC/DC, menudo subidón.


                                
                                                           Salida multitudinaria.


Como me temía, el primer kilómetro se me hace eterno, es imposible adelantar y los nervios empiezan a aflorar; para colmo el gps, no ha encontrado la señal a tiempo y va a ir toda la carrera marcando mal los kilómetros. 

En estos primeros compases, me siento como un tigre enjaulado, tengo ganas de correr, de dar rienda suelta a todo el volumen acumulado durante estos tres meses; poco a poco voy dejando a un lado la sensación de pesadez que he tenido durante la última semana, en la que apenas he trotado 12 kilómetros y en la que no he echo otra cosa que ingerir una cantidad tremenda de hidratos. 

Paulatinamente el tumulto se va despejando y puedo empezar a correr con normalidad. Con el caos de la salida, he perdido la referencia de la liebre de las 3h, no sé si está por delante o por detrás; en el cuatro, al doblar una esquina, compruebo que está unos 200 metros por delante, aprieto un poco el paso y a la altura del cinco, ya estoy a la cola del poblado pelotón, que busca bajar de esa marca. Para sorpresa de todos, al pasar por primera vez por el estadio, la liebre se retira, por unos instantes reina el desconcierto. 

Se empieza a desmoronar mi estrategia, que no era otra, que ir resguardado en este grupo, hasta los kilómetros finales y si llegaba con fuerzas, intentar saltar para arañar unos segundos al crono. 

Aunque el transcurso de la carrera estaba siendo ciertamente extraño, al paso por el ocho marcamos 33 minutos, clavando el ritmo objetivo: 4'15". En este momento y de forma inesperada, vuelve la liebre de las 3h, esta vez en bici, es algo surrealista; me da cierta tranquilidad, pero con el transcurrir de los kilómetros y viendo que no marca ni un sólo parcial a 4'15" (va a tirones, entre 4'03" hasta 4'22"), decido tomar las riendas del asunto: una de mis mayores cualidades es que soy un corredor regular, suelo acabar las carreras como las empiezo, así que, al ver el despropósito del globo, comencé a correr sin buscar otra referencia que no fuera el maldito 4'15". Es en este punto, cuando empiezo a disfrutar de verdad del maratón; en el doce, coincidiendo con el paso por el tunel de Ondarreta, echo la mirada atrás y ya no no veo a la liebre.


                                                  
                                                   Camino de Ondarreta, primera vuelta.
 
 Las sensaciones son inmejorables, el ritmo me resulta cómodo y no hay señales de molestias de ningún tipo. En el catorce, nos separamos de los participantes de la media, es un alivio, demasiada gente para mi gusto (duraría poco). Los próximos kilómetros son los más aburridos de la carrera: la zona de las universidades y un polígono totalmente desangelado. 

En el veinte otro contratiempo, nos volvemos a encontrar con los participantes de la media; van en  grupos muy numerosos y con ritmos mucho más lentos que los nuestros, por lo que prácticamente hasta el kilómetro 24, comienzo de nuestra segunda vuelta en Anoeta y meta de ellos, no hago otra cosa que esquivar a gente. 

Al paso por la media maratón, acumulo un retraso de más de un minuto con respecto al objetivo, no me preocupa demasiado, pero no me deja margen de error; si quiero bajar de las tres horas, tendré que completar una segunda vuelta perfecta. Avivo un poco más el paso y comienzo a moverme con cierta facilidad, en ritmos que oscilan entre 4'10 y 4'12, sigo sin molestias. 

Del kilómetro 24 al 30, todo transcurre sin mayores sobresaltos, salvo en los avituallamientos, que como todo lo tocante a la organización, vienen siendo un desastre (muchos niños y gente sin experiencia). En estos 9 kilómetros he ido arañando segundos al crono y la proyección final, ya se situa por debajo de las 3h.

 Las primeras molestias comienzan a aparecer, coincidiendo con el 32; son en el pubis, no son desconocidas, ya que las he sufrido durante buena parte de la preparación, pese a ello, el ritmo no decae.

Segundo paso por Ondarreta, ahora hay que mantener la cabeza fría e intentar salir vivo de la zona de las universidades y del tedioso polígono. Empiezo a tener frío, las reservas se van agotando, al mismo tiempo que crecen las dudas. 
Pongo el piloto automático y los kilómetros van pasando sin penalizar al crono, sigo por debajo de 4'15".

                                                 
                                                        Concentración y sufrimiento.
                                                        
Kilómetro 37, el frío y la humedad (5º y 90% de humedad), comienzan a hacer estragos en mis cansados músculos, sin previo aviso, noto cierto dolor en cuádriceps e isquiotiviales, creo que ha llegado "el muro".

Durante toda la carrera he tenido presente a mi amigo Siguenza, pero en estos momentos de debilidad, poder dedicarle la carrera, es mi mayor motivación. 

38, 39...mantengo el ritmo, pese a que los dolores van en aumento. Ya veo más cerca el final, incluso cometo la osadía de pensar en la celebración, ya que voy 1'30" por debajo del objetivo. 

Kilómetro 40, llega el hombre del mazo: comienzo a tener calambres en el "isquio" derecho, si no logro mitigarlos, el músculo se me subirá y se habrá acabado la carrera; bajo el ritmo, acorto la zancada e intento mantener la pierna lo más estirada posible. A pesar de esta heterodoxa forma de correr, el ritmo no se resiente y marco 4'14 en el 41.
Los calambres van en aumento y mis pulsaciones se disparan al pensar que, habiendo llegado tan lejos, todo podía truncarse a escasos 1000 metros de la meta. 

Mi concentración es máxima, mido cada zancada y la cadencia de la misma, para economizar el esfuerzo y soportar el dolor. Solamente los gritos de ánimo de Mónica, Romo y Alberto, me hacen volver en mí. Les saludo con una forzada sonrisa y continuo, ya que aún resta dar una vuelta alrededor del estadio y la vuelta final a la pista de atletismo. 

Justo antes de entrar en Anoeta, de nuevo me fijo en el cartel del kilómetro 42, otro escalofrío recorre mi espalda (esta vez carente de miedo). Nada más pisar el tartán de la pista, me doy cuenta de que lo voy a lograr, se me eriza el vello de todo el cuerpo y una tremenda explosión de alegría, brota desde lo más profundo de mis entrañas.


                                                  
                                                         Besando el tatuaje de ALBA.

Al afrontar la última recta, miro al gran cronómetro que cuelga en lo alto del arco de meta, marca 2h 59' 20". Los 10 segundos que tardo en recorrer esos últimos metros son apoteósicos, me vuelvo loco: me beso el tatuaje de Alba, el anillo, se lo dedico a Sigu, señalo a la grada donde están Mónica, Alberto y Romo, me acuerdo de mi padre, de mi madre, de mi hermana,  de mi familia...de los casi mil kilómetros de la preparación, de las series, de los abdominales, de las gomas, de la dieta, del puto 4'15"...río, lloro, grito, disfruto de cada zancada y sobre todo, ME SIENTO VIVO: 2h 59' 29" (neto 2h 58' 55").
 

 
                                       Celebrándolo con rabia...el esfuerzo ha merecido la pena.
 

Quiero dar las gracias a Alberto y a Mónica por ser los anfitriones perfectos y hacerme sentir en todo momento como en casa y a mi "primo", Romo, por su fiel compañía y su apoyo incondicional.

Dar la enhorabuena a Juanma, que logró completar su primer maratón, con un fantástico crono de
3 horas 20 minutos. El día que se tome en serio los entrenamientos...nadie sabe dónde podrá llegar, tiene un potencial increíble.

De la organización decir que no estuvo a la altura de las circunstancias. Es una pena, ya que el circuito es rapidísimo y la afición donostiarra, que es de diez, no se merece tener un maratón, donde los intereses económicos, se anteponen al de los verdaderos protagonistas, LOS CORREDORES POPULARES, que sin su participación y su esfuerzo, todo este negocio se vendría abajo.

Un saludo a todos los viciosos del running.
Luciendo orgulloso la medalla de finisher: ¡¡¡YA SOY SUB 3!!!
 
 
 

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